¿Y cómo era la poesía en la independencia de México?

Cuando pensamos en 1810, lo primero que se nos viene a la mente es el Grito de Dolores y el inicio de la Independencia de México. Pero en esos mismos años, también se gestaba otra forma de lucha: la que se hacía con la palabra poética.

La poesía mexicana de principios del siglo XIX estaba en un momento de transición fascinante: por un lado, seguía anclada en los moldes clásicos heredados de Europa; por el otro, comenzaba a respirar el aire fresco de la libertad y la rebeldía.

A finales del periodo virreinal, la poesía neoclásica era la norma. Los poetas se inspiraban en los modelos grecolatinos, buscando la claridad, la razón y la belleza equilibrada. Autores como Manuel de Navarrete cultivaban odas y poemas de corte filosófico o moral, que podían leerse en círculos ilustrados de la élite criolla.

Pero poco a poco, este estilo comenzó a convivir con tonos más sentimentales y patrióticos. La Revolución Francesa, la crisis del imperio español y las noticias de cambios en el mundo abonaban el terreno para un lenguaje más pasional. Era el germen de lo que, años después, sería el romanticismo mexicano.

Mientras tanto, en las calles y en los campos, la poesía tomaba otra forma. No se trataba de odas refinadas, sino de coplas, décimas y corridos insurgentes.

Eran versos anónimos, cantados en las plazas o gritados en los campamentos, que hablaban de:

  • Miguel Hidalgo, el Padre de la Patria.
  • La Virgen de Guadalupe, estandarte de la insurgencia.
  • El rechazo a los gachupines y la esperanza en un México libre.

Más que literatura de salón, era poesía para alentar, para unir, para dar sentido a la lucha.

En 1810, pues, convivían dos mundos:

  • La poesía culta, que aún miraba hacia Europa.
  • La poesía popular insurgente, que nacía de la tierra y del momento histórico.

De esa tensión surgió una nueva tradición poética mexicana, que años más tarde encontraría en autores como Andrés Quintana Roo, Guillermo Prieto o Ignacio Rodríguez Galván la voz de un país recién nacido.

La Independencia no solo se peleó en los campos de batalla, también en los versos que dieron esperanza, identidad y memoria. 1810 fue el año en que la poesía mexicana comenzó a dejar de ser solo eco de lo europeo para convertirse en un grito propio: el grito de un pueblo que buscaba su libertad.

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