Todos los días, cientos de personas pasan junto a los imponentes Arcos que atraviesan Querétaro. Algunos los miran con curiosidad, otros apenas notan su presencia. Pero, ¿te has preguntado cuál es la historia detrás de esta monumental estructura? Te cuento: no solo son un símbolo de la ciudad, sino también el resultado de un amor imposible que dejó huella para siempre.
Imagina Querétaro en el siglo XVII. Aunque la ciudad tenía agua del río, no era apta para beber: los canales estaban contaminados y las monjas del Convento de las Capuchinas, entre otros habitantes, necesitaban desesperadamente agua limpia. Fue entonces cuando las monjas acudieron al Marqués Juan Antonio de Urrutia y Arana, un hombre rico y poderoso que cambiaría el destino de la ciudad.
Dicen que, cuando el Marqués vio por primera vez a Sor Marcela, una joven monja del convento, quedó completamente enamorada. Pero había dos grandes problemas: ella era monja y, además, sobrina de la esposa del Marqués. Su amor estaba condenado a no ser.
Sin embargo, Sor Marcela tuvo una idea. Aunque no podía corresponderle de la manera tradicional, le ofreció un amor basado en el entendimiento y la pureza, con una condición: que construyera un acueducto para llevar agua limpia al convento y al resto de la ciudad.
El Marqués no lo dudó. Empezó la construcción de los Arcos, una obra monumental que tardó años en completarse. Se eligió un manantial llamado Ojo de Agua del Capulín.
Hoy, los Arcos están rodeados por la vida moderna de Querétaro. Por su eje pasa la Calzada de los Arcos, una avenida transitada que no le quita ni un poco de magia a esta construcción. Los turistas los visitan, los queretanos los admiran, pero pocos saben que esta obra monumental fue, en esencia, un gesto de amor.
Así que, la próxima vez que pases por los Arcos, distente un momento. Miralos bien. Ahora sabes que no solo son un símbolo de la ciudad, sino el resultado de una leyenda que una historia, amor y una gran obra arquitectónica.