En el corazón de Querétaro, esa ciudad que resguarda el pulso de la historia nacional entre plazas y callejuelas, hay un rincón donde el tiempo se detiene. Entre la brisa de Santiago y el eco de conspiraciones independentistas, se encuentra un lugar donde la tradición huele a café recién hecho y sabe a dulces artesanales: La Mariposa.

Fundada el 15 de septiembre de 1940 por José de la Vega Basaldúa y María Teresa Burgos de la Vega, La Mariposa comenzó como un modesto merendero que ofrecía tamales y atole. Pronto, los dulces tradicionales como los duraznos prensados y el ate de membrillo se convirtieron en su sello distintivo. A lo largo de más de ocho décadas, este café ha sido testigo del ir y venir de generaciones, convirtiéndose en un punto de encuentro para locales y viajeros que buscan un pedazo de la historia viva de Querétaro.

Al cruzar el umbral del número 7 de la calle Ángela Peralta, los visitantes se adentran en un espacio que conserva la esencia de una época dorada. Sus losetas antiguas y la gran cafetera italiana de los años cincuenta evocan el espíritu de una Querétaro que, a pesar de la modernidad, sigue abrazando su herencia. En las mesas, la historia se sirve en platos rebosantes de sabor: enchiladas verdes y rojas (“queretanas” por insistencia de sus dueños), molletes con salsa verde, huevos rancheros y tacos doblados.
El café lechero y las malteadas complementan la experiencia, servidos en vajilla que lleva estampada una mariposa, símbolo de un misterio sin resolver. Ni siquiera Pablo de la Vega, actual encargado y nieto de los fundadores, ha logrado desentrañar el origen del nombre del establecimiento. Lo que sí es un hecho es que La Mariposa ha sido un refugio para quienes buscan el calor de una tradición bien conservada.

La Mariposa no solo es un sitio para desayunar o merendar; es un emblema de la ciudad. Sus muros han presenciado conversaciones que van desde la política hasta el amor, sus pasillos han sido transitados por generaciones de queretanos, y sus sabores han sido un deleite para paladares que buscan lo auténtico. El uniforme azul de sus meseras, inmutable con el tiempo, es otro símbolo de esa resistencia a cambiar lo que ya es perfecto.
En una ciudad donde la historia se vive en cada rincón, La Mariposa sigue batiendo sus alas, recordándonos que hay lugares donde el tiempo se mide en tazas de café y bocados de dulce tradición.