La Antigua Calle del Humilladero: Las calles antiguas de Querétaro

¡Ay, mijo! Agárrate fuerte de mi mano, que ahora sí te voy a llevar de paseo, no por el Querétaro de los carros y las prisas, sino por aquel que olía a incienso y a pan recién horneado. Siéntate, que esta historia de la Calle del Humilladero (sí, la que hoy llaman Arteaga) no es solo de piedras y nombres, es de almas y de fe.

El Secreto Escondido en el Corazón de Querétaro

Mira, hijo, esta calle… la que hoy ves tan simple, era en realidad un portal al perdón. No por nada la llamaban La Calle del Humilladero.

Imagínate: era un Querétaro pequeño, donde la fe no era algo de ir a misa un domingo, ¡era la vida misma! Cuando el sol se ponía, la gente salía de sus casas para cumplir con el Viacrucis, ese camino de tristeza y amor que recordaba los pasos de Cristo.

El Viacrucis comenzaba, solemne y lento, y una de sus paradas más importantes, una de las primeras, era precisamente en esta calle. ¿Y qué había ahí?

Había un Humilladero. No te imagines un gran templo, no. Piensa en una capillita humilde, o quizás una gran cruz de piedra, colocada justo para que todos la vieran. Era el punto exacto donde la gente tenía que detenerse.

¿Y por qué «humilladero»?

Porque al llegar a ese punto, sin importar si eras el mercader más rico o la vendedora más pobre, tenías que humillarte.

  • Tenías que doblar las rodillas en el polvo del camino.
  • Tenías que inclinar la cabeza ante la cruz o la imagen de un santo.

Era un acto de sencillez profunda, un recuerdo de que todos, sin excepción, éramos simples peregrinos ante Dios. Era un momento de silencio y de ruego antes de seguir el camino. Las mujeres murmuraban oraciones, los hombres se quitaban el sombrero…

¡Esta calle no llevaba un nombre cualquiera! Llevaba el nombre del sentimiento que se vivía en ella.

Mira, antes no existían los números ni los mapas cuadriculados de ahora. Los nombres de las calles eran como cuentos cortos que te decían qué esperar:

  • Si la calle se llamaba del Carpintero, sabías que ahí encontrarías madera y virutas.
  • Si se llamaba de la Buena Muerte, sabías que había pasado algo milagroso o un entierro importante.

La Calle del Humilladero era como decir: «Aquí se detiene el orgullo y empieza la devoción.» La gente nombraba las calles por lo que veía, sentía o hacía en ellas.

Ahora la llamamos Arteaga. Y sí, José María Arteaga fue un héroe, y es bueno recordarlo. Pero cuando yo cierro los ojos y pienso en esa esquina, no veo un nombre de bronce… veo el polvo levantándose, veo las rodillas de mis bisabuelos doblándose, y escucho el murmullo de una fe que era tan fuerte que ¡le puso nombre a la calle!

Esa es la verdadera historia, mijo. Una historia donde la fe caminaba de la mano con los ladrillos.

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