Mamá invité a un amigo a comer: Cerati y Spinetta.

Imagina la escena: llega tu hijo y te dice con toda naturalidad “mamá, traje a un amigo a comer”. Vas a abrir la puerta y de pronto el invitado resulta ser nada menos que Luis Alberto Spinetta.

Eso le pasó a Lilian Clark, madre de Gustavo Cerati. Y es que desde muy joven, Gustavo fue un admirador absoluto del Flaco. Pasaba horas tocando en la guitarra Muchacha ojos de papel, como quien no puede soltar la canción que le marcó la vida.

Lo curioso es que aquel fan que soñaba con conocer a su ídolo terminó convirtiéndose en su amigo, colega y hasta hermano musical. Aunque entre ambos había nueve años de diferencia, compartían una sensibilidad artística enorme y una pasión por llevar la música a territorios nuevos.

Después de aquella comida en casa de su madre —que ya de por sí quedó para la anécdota— llegaron momentos inolvidables: tocar juntos, compartir proyectos y crear canciones que hoy son parte de la memoria del rock en español. Entre ellas destacan Téster de violencia y La sed verdadera, obras que no habrían existido sin la química entre los dos.

La historia tiene un encanto especial: pensar en Lilian Clark sirviendo la mesa y observando de reojo cómo en su comedor estaban sentados su hijo y el artista que había inspirado gran parte de su camino musical.

Para Cerati, Spinetta fue mucho más que un referente: lo veía como un maestro, un espejo en el que la música se mostraba en su forma más pura. Y el Flaco, por su parte, admiraba cómo Gustavo lograba hacer que el rock sonara contemporáneo sin perder profundidad ni poesía.

Al final, lo que empezó como la admiración de un joven hacia su ídolo terminó siendo una de las amistades más entrañables y legendarias del rock latinoamericano. Un recordatorio de que, a veces, los sueños más imposibles pueden terminar compartiendo mesa en tu propia casa.

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