Los Arcos de Querétaro para un amor imposible

¿Conoces la leyenda del marqués y Sor Marcela? En Querétaro, un amor imposible levantó arcos tan altos que rozan el cielo.

En Querétaro, las piedras no solo cuentan historia: también guardan secretos. Y uno de los más sabrosos, repetido de boca en boca por generaciones, es el que une a un noble acaudalado con una religiosa de vida austera, en un romance que nunca pudo ser… pero que dejó una obra que hoy es emblema de la ciudad.

Pues mire usted, esto ocurrió allá por el siglo XVIII, cuando Querétaro todavía tenía aroma a adobe húmedo y las campanas de las iglesias marcaban las horas. Vivía aquí don Juan Antonio de Urrutia y Arana, Marqués de la Villa del Villar del Águila, un caballero de linaje vasco, respetado por sus haciendas, sus tratos y su rectitud.

En ese tiempo, llegó a la ciudad una comitiva de monjas capuchinas para fundar su convento. Entre ellas venía Sor Marcela, mujer de recogimiento y compostura, a la que las gentes describían como de belleza serena y andar humilde.

Cuentan que el marqués, al verla, sintió una inquietud que no le dejó en paz. Mas, sabiendo que sus sentimientos jamás podrían declararse —porque la monja había hecho votos perpetuos—, ideó una manera de estar presente en su vida sin romper palabra ni ley divina.

Así nació el proyecto del Acueducto de Querétaro. Una obra que, oficialmente, pretendía remediar la escasez de agua en la ciudad, pero que la tradición oral insiste en señalar como un gesto de amor. Entre 1726 y 1738 se levantaron 74 arcos de cantera rosa, con una altura máxima de 28.5 metros, trayendo agua desde los manantiales de La Cañada hasta la caja de agua frente al convento de las capuchinas, en la Plaza de la Cruz.

Los viejos cronistas dicen que cada piedra llevaba, callada, un pensamiento para Sor Marcela. Ella, por su parte, siguió en clausura, cumpliendo sus votos hasta su último día. El marqués, en cambio, dejó para la posteridad una obra tan sólida como su cariño imposible.

Hoy, el Acueducto no solo es un monumento de ingeniería colonial —reconocido por su valor histórico—, sino también un recordatorio de que en Querétaro, hasta el amor más callado puede levantar arcos que tocan el cielo.

Así que, la próxima vez que camine por la ciudad y mire esos gigantes de piedra, recuerde que, además de agua, llevaron suspiros, promesas y un romance que nunca se cumplió, pero que sigue vivo en las calles y en la memoria.

Leave Your Comment Here